‘Un Profesor suelto en África’
De Santiago Legarre (Buenos Aires, Claridad, 2016)

‘Un Profesor suelto en África’
De Santiago Legarre (Buenos Aires, Claridad, 2016) 

Por Walter F. Carnota

El continente africano siempre ha estado rodeado de un halo indescifrable de fascinación, desconocimiento y misterio, alimentado por la filmografía y por noticias cotidianas terribles. Santiago Legarre, conocido profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Católica Argentina[1], profundiza su veta literaria “no jurídica”, iniciada ya hace algunos años en un matutino porteño, escribiendo en esta oportunidad un libro de viajes. Relata con lujo de detalles sus andanzas por Kenia (en mucha menor medida, por Turquía y por la India, como un “bonus track”). Su pasión por los animales lo llevó a interesarse por lograr una estancia académica en el este de África, prolongada en otras tres más, de 2012 a 2015, según cuenta, hasta la aparición del libro.

La narrativa de Legarre se focaliza aunque uno no lo crea en la fauna africana y su entorno. Leones, leopardos, rinocerontes, chacales, hienas, son los protagonistas principales. Su prosa despliega pasión y conocimiento por la vasta zoología de la “selva”, en especial por los felinos. Pero Legarre no es el típico turista. Interactúa con otros viajeros y con guardaparques, pero también con otros profesores, con las autoridades de la Strathmore University Law School que lo invitó a Nairobi una y otra vez, con el gran profesor Joseph Weiler del Instituto Universitario Europeo de Fiesole pero sobre todo y ante todo con sus alumnos, inquisitivos y preguntones. Es un agudo observador de su entorno tanto natural cuanto cultural, brindando en este “trade-off” sus conocimientos en varios cursos de Derecho kenianos.

No es fácil la transición de la prosa estrictamente técnico-jurídica a la más ligera de memorias viajeras. Sin embargo, Legarre logra su objetivo con pericia, con la misma con la que se mueve cuando aborda espinosas cuestiones del Derecho Público o de la Filosofía del Derecho. La memoria y la curiosidad del autor son prodigiosas; todo está “bien situado”, decantado y ágilmente relatado. Deambular por Kenia, con un presupuesto modesto y predispuesto a ir a cuanto safari se cruce en el camino, no estuvo exento -fácil es de imaginar- de inconvenientes de todo tenor, pero también de triunfos redentores. Su iniciático vuelo en globo o los recurrentes paseos por Masai Mara denotan su entusiasmo a cada instante. Los escollos fueron sublimados con una graciosa expresión local: “This is Africa!” (T.I.A.), que es como decir, para nosotros, mutatis mutandi, “estamos en la Argentina”.

En sus aventuras y desventuras africanas, Legarre desenmascara la globalización (se encuentra con norteamericanos, italianos, alemanes, chinos, venezolanos, además de los locales[2]); las marcadas diferencias sociales (hay gente blanca que vive en Nairobi y alrededores como en la época colonial, a la par de contar con la villa miseria más grande del mundo –Kibera-); la intrepidez de sus alumnos y los cimientos de los nuevos emprendimientos académicos en los países en vías de desarrollo[3]. Legarre es a la vez zoólogo “amateur” pero no deja de ser jurista; viajero pero también intelectual; contestador pero a su vez formulador de preguntas existenciales.

La glosa de esta obra interesa aquí porque se funden y convergen todas esas miradas. Esto no es una guía de turismo para ir a Kenia, aunque vendría útil también si uno encara ese propósito. Son las meditaciones de un profesor de Derecho, que incluso tiene dilemas jurídicos propios (desde un encontronazo con la ley acerca de qué extraer de un parque nacional, hasta recurrentes ‘ciclos jurídicos’ de 24 horas). Reglas que se cumplen y se violan no ya en una sociedad sino en un continente anómico, donde la regla está en construcción, como una gran autopista

En el medio de todo esto, están los animales, que Legarre les dedica grandes párrafos y todos sus desvelos, casi como el niño que jugaba con su caja de especimenes de juguete. Pero no deja de ser docente de la “pioneer class”, consejero, amigo y hasta celestino de su grupo de alumnos. El título del libro está, pues, inmejorablemente colocado.